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Añil y hollín

Por Osmani Cruz Ferrer

Se cuenta que el célebre pintor francés, Van Gogh, pintó uno de sus incomparables lienzos con dos pigmentos solamente que tenía a mano: polvo de añil y hollín de chimenea. Este artista supo con tan pobres materiales hacer toda una obra de arte. Con burdos elementos adornó un lienzo solitario. El triunfo de la obra no fue dado por lo novedoso de los pigmentos, sino por la habilidad del maestro. El aplauso no lo recibió el producto terminado sino el creador. Van Gogh sabía que  añil y hollín en si mismos eran un binomio desechable, los tomó sabiendo lo que eran y sorprendió al mundo.

 Un jovencito incauto, de andar travieso y ojos risueños se acercó a Jesús y le ofreció su almuerzo para que lo compartiera con la multitud. Uno de los discípulos del Señor dijo: “que es esto para tan grande multitud”.  Los discípulos no acababan de comprender. No se trataba del añil y el hollín, no tenía nada que ver con lo poco o lo mucho. Eran las manos del artista, del creador lo que hacían que el producto fuera loable a pesar de que en un comienzo había sido insignificante, despreciable.

 Eche un vistazo a la elección de David y verá la historia repetida. Dios eligió al bajito antes que al de sublime estatura. Mire al Éxodo y vera al tartamudo dirigiendo la caravana. Vaya a los profetas y verá al de labios inmundos viendo al Señor. Observe el aposento alto y mire al apostata predicando un gran mensaje. Panes y peces insuficientes, demasiado bajito, demasiado torpe de lengua, demasiado inconstante, añil, hollín…. Estos son los materiales que se complace en usar el Maestro. Materiales sin meritos propios, despreciables, desechables y sin valor hasta que en sus manos se convirtieron en obras de arte, en trofeos de gracia. Dios sabe hacer mucho con poco. Es por su amor. De eso se trata.

© OCF, 2009

Editado por EDICI: http://alballanesedici.blogspot.com 

 

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