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El habitáculo de la Deidad

Por Osmani Cruz Ferrer

Pero ¿es verdad que Dios morará sobre la tierra? (1 Reyes 8:27).

El hombre más sabio de la tierra, la combinación intelectual de todos los premios nobel juntos no podía comprender la promesa dada a David, su padre. El infinito Dios, el creador, el eterno colocaría su morada en un templo construido por la mano humana. Por siglos, el templo fue el lugar que enorgulleció a la nación de Israel, que la distinguió de las demás naciones de la tierra. La espiritualidad del pueblo estaba estrechamente ligada al templo, sus ofrendas, sus fiestas, sus ceremonias se hacían teniendo a este como centro; Dios moraba allí. Por ello no es de extrañar que cuando perdían su comprensión de la presencia de Dios entre ellos y se prostituían con los ídolos, y diluían su moralidad, entonces cayeran en manos enemigas.

 

Afortunadamente, más tarde que temprano, Israel comprendía que había faltado a Dios, que había despreciado el enorme privilegio que se le permitía de ser la nación anfitriona de la presencia de Dios. Entonces se arrepentían y Dios perdonaba su iniquidad. La cosecha de la indolencia espiritual siempre fue abrojos de juicio. El pago de la ingratitud no es más que el pasaje a una vida calamitosa, lóbrega y sin Dios. Eran privilegiados al tener la morada de Dios entre ellos, pero a la vez eran responsables de conducirse con temor y reverencia en toda su manera de vivir.

 

Salomón fue asombrado por la eminente verdad de que Dios moraría en un edificio construido por el hombre, que aunque imponente en su arquitectura y magnificente en su valía se quedaba infinitamente por debajo de la grandeza de Dios. Lejos estaba entonces el  sabio de comprender que más tarde esa augusta Presencia trasladaría su morada a catedrales  de carne y hueso en un derroche de gracia sin precedentes en el relato veterotestamentario. El asombro de Salomón sería hoy mayor que antaño. Al ver la divinidad morando en los hombres, probablemente prorrumpiría en una interrogación más elocuente.

 Lo que para Salomón sería un hecho incomprensible es hoy una realidad para el pueblo de Dios. ¡El Señor vive en nosotros! Esto no nos hace dioses, ni superhombres, sino más responsables por un privilegio que tan solo saludaron de lejos los patriarcas. Es cierto que lo que era incomprensible antaño es cotidiano hoy, pero esto no debe ser excusa para menospreciar el privilegio que nos ha tocado. Debemos ser cuidadosos con nuestra conducta, y vivir a la altura del privilegio que se nos ha permitido vivir.

 Sí, somos morada de Dios. Seamos, por tanto, iconos  de santidad, estandartes de virtud, representaciones vivas de un andar más excelente. No tratemos de entender lo asombro del privilegio de ser receptáculo de Su presencia, solo vivamos de tal manera que eso sea evidente para todos. Ese será el mejor tributo que podremos ofrecerle a Dios en pago por su gracia.

© OCF, 2009

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