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El síndrome de Rip Van Winkle

Por Osmani Cruz Ferrer.

¿Ha leído alguna vez la historia de Rip Van Winkle? Rip Van Winkle es el título de un cuento de ficción creado por el escritor norteamericano Washintong Irvin en el siglo diecinueve. Rip, el protagonista de esta narración, está caracterizado muy simpáticamente por Irvin.  Este personaje tiene la peculiar e innoble tendencia de aborrecer el trabajo. Cualquier actividad que demandara responsabilidad, seriedad o algún tipo de esfuerzo continuo era lo suficiente desmotivante como para lograr que Rip se alejara de inmediato de ella. Su pasatiempo favorito era cazar ardillas junto a Wolf, su fiel can. Mientras, su familia sufría necesidad de vestido y alimento. Lo interesante del relato de Irvin es que a pesar de las reprimendas de su esposa, el insulso de Rip no hacía nada por reaccionar y mantenía invariable su pueril conducta.

Un día de otoño en el que Rip, como siempre, buscaba una creativa manera para no hacer nada se adentró en el bosque y vino a dar con unos hombrecillos de extraña apariencia los que lo invitaron a unas bebidas. Rip quien aparentemente no tenía nada mejor que hacer, bebió lo que le ofrecían y cayó en un profundo sueño. Despertó al amanecer de un día, veinte años después. Ahora Rip, tenía una larga barba gris, su piel estaba arrugada y su ropa desgastada. Llegó a la aldea de donde había salido y nadie lo recordaba. Su vida ligera no había dejado una huella permanente en ninguno de sus semejantes. Ni siquiera su propia hija lo reconoció. Había vivido siempre para sí mismo y ahora cosechaba los desafortunados resultados. Lo más triste del relato es que a pesar de todo lo sucedido, Rip no entendió nada. Continuó su vida tal y como antes la llevaba. Reanudó sus antiguos hábitos y murió sin modificar su conducta. Una vida entera vivida para sí mismo. Una existencia egoísta.

 Aunque definitivamente esta es una historia surgida de la imaginación humana, el parecido a ciertas personas hoy dentro de la iglesia y fuera de ella es asombroso. No nos faltan los Rip Van Winkle, están al por mayor. Donde quiera se les encuentran. Son ese tipo de personas con las que no se puede contar a menos que halla una gratificación especial para ellos. Son esa clase de gente que no piensan en el bien de los demás, sino en el suyo propio. Son los que procuran la aceptación y el reconocimiento público a su persona a pesar de que la familia está en casa desatendida y necesitada del afecto, la atención y la presencia del padre, el esposo.

 Estos modernos Rip Van Winkle no andan con una escopeta cazando ardillas. Ahora andan con una Biblia bajo el brazo diciendo que son cristianos y a la par negándolo con sus hechos. Esta clase de personas deciden ser así. No son traumas del pasado, como diría un psicoanalista. No tiene que ver con experiencias desagradables de la niñez. Ellos deciden ser un Rip Van Winkle porque calculadoramente entiende que es una vida auto gratificante. Se van por el camino fácil, buscan el atajo de la autocomplacencia. El camino del servicio desinteresado, los esfuerzos a favor de los logros de los demás les parece un campo minado por el que no están dispuestos a pasar. Lógicamente, el final de ellos es el mismo que el del personaje del cuento al que se ha hecho referencia. Serán completamente olvidados. Será así porque los egoístas, los asalariados y los hipócritas dejan una impronta muy desagradable de la que nadie quiere acordarse.

 El síndrome de Rip Van Winkle no es congénito, no se nace con él. Es una sintomatología espiritual que aguarda y se agazapa hasta ver si un incauto que descuida su vida espiritual cae en sus egolátricas garras. Se impone, por tanto, estar alertas. Cualquiera puede ser victimario de este poderoso mal. Protégete entonces de darle lugar al desmedido deseo de recompensa, o a la idea de aparentar lo que realmente no eres, o a la inútil tendencia de amarte demasiado (Mr. 8:35). Este es el “caminos más excelente”.

 Hay mucho trecho que andar hasta la llegada a la tierra prometida. Habrá muchas vallas que saltar, quejas de las que no deberemos participar y rebeliones en las que no debemos cooperar. Tendremos que estar muy despiertos hasta que ese día llegue porque no queremos tener la lozanía de un Winkle, sino las heridas de Jesús. No deseamos la ociosidad característica  de los insensatos, sino la diligencia en el obrar de los prudentes. No queremos como paradigma el ejemplo más fácil, sino el de una sangrienta cruz. No queremos los brazos cruzados como señal de nuestra incomprensión de los tiempos, sino las manos extendidas de los que saben que “la noche viene, cuando nadie puede trabajar” (Jn. 9:4)

© OCF, 2009

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