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Todo irá bien

Por: Osmany Cruz Ferrer.

 La vida cristiana es una continua lucha por someter lo más vil de la naturaleza humana. Es una batalla mitológica con Hidras de tentación que multiplican sus cabezas cuando parece que has acabado con ellas. Se necesitan hoy héroes, titanes de fe que venzan al mundo con sus deseos ilusorios. El mérito nunca será de ellos. Es de Dios la gloria de los vencedores, por cuanto él la propicia y la ha condicionado mediante su muerte.

 Las batallas de la vida parecen ser la permisión desconsiderada de un Dios insensible.  Ocurre, en ocasiones, que cae sobre el creyente el abrumador peso de la oscuridad. Tal pareciera que el amanecer es glacial y que el sol demora hasta la mitad del año. Pero suele pasar que la espera nunca agota al que confía, tal como la lluvia siempre llega a la tierra sedienta. Dios, benefactor de todos los hombres (Mt. 5:45), especialmente de los creyentes, no abandona jamás a los que le sirven.

 La angustia, las penas de llevar a cuestas una humanidad caída, el dolor por no encontrarnos disfrutando aún de una redención completa, puede nublar nuestra percepción de Dios. No hay que ponerse lentes para verlo, él está siempre presente, él es la realidad insoslayable que la fe siempre descubre llenándolo todo. He ahí la inmensidad de la deidad; Dios siempre presente, Dios con nosotros, Emanuel.

La idea de la soledad solo tiene permiso para ser efímera en nuestra mente porque el creyente nunca está solo. Es permitida como consecuencia de la enjutez de espíritu que casi siempre es corolario a un prolongado tiempo de aridez espiritual. Pero solo por un instante, el tiempo necesario para darse cuenta de lo absurdo de la incredulidad, lo inocuo de ese pensamiento. La prueba de nuestra fe es locuaz al indicarnos en qué nos parecemos menos a Jesús.

 

La confrontación será por un breve tiempo en comparación “con la gloria que habremos de ver después” (DHH Ro. 8:18). Todo reside en la perspectiva. Un mirar con fe devela para nuestro ser interior el ciertísimo futuro de los que creen. ¡Ah las pruebas!, enseñadoras despreciadas, educadoras no gratas, forjadoras de hombres. Entre más nos sobrevienen más las aborrecemos. Sin embargo, los creyente, aún en la más calamitosa situación pueden decir como Pablo: “Sabemos que Dios dispone todas las cosas para el bien de quienes lo aman” (DHH Ro. 8:28)

 No se lamente por la prueba como si le faltara la cura. La gran panacea, la paciencia, ella le ayudará a entender todo, a soportar todo. No vale la pena resquebrajar el ánimo ante el conflicto inesperado. Mejor será agudizar el pensamiento, consolidar lo aprendido en tantas batallas, y entonar un cántico de triunfo por el futuro sin lágrimas que le depara a los que bienaventuradamente lloran hoy.


© OCF, 2009

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