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Un hilador devenido en misionero

Por: Osmany Cruz Ferrer.

Cuando cierto joven tenía solo diez años de edad, se vio obligado a trabajar para ayudar en el sostenimiento de su hogar a causa de la pobreza que estaba azotando a su familia. Los padres de este joven lo colocaron en una fábrica de tejidos donde laboraba desde las seis de la mañana hasta las ocho de la noche con breves intervalos para almuerzo y café. Sin embargo, esto no fue razón alguna para que el muchacho renunciara a su autosuperación. Todo lo contrario. Cuando le pagaron el salario de su primera semana, apartó una pequeña parte de este para comprarse un libro de gramática de latín. Cuando fue a trabajar la siguiente semana sujetó su gramática de latín abierta sobre la tosca máquina de hilar y en la medida de sus posibilidades iba estudiándola línea por línea. Se ha de decir que ahí no terminaba su empeño de autosuperarse. Cuando el chico salía del trabajo se dirigía a la escuela nocturna donde estudiaba su grado correspondiente. Una vez terminadas estas lecciones se dirigía a su casa y allí repasaba las materias del día siguiente quedándose en incontables ocasiones sumido en una apasionante lectura que acarreaba el regaño de su madre increpándole a apagar la luz una vez pasada la media noche.

Nueve años después, mientras trabajaba todavía en la fábrica de algodón, recibió un aumento en su salario, y con esta nueva entrada económica logró completar sus estudios en Medicina y Cirugía recibiendo su diploma de graduado de la Universidad de Glasgow. Este joven tenaz había estado durante años ambicionando ir a la China como misionero y con este fin se estaba preparando hasta que escuchó a un austero misionero hablar del continente africano y decir: “Hay una vasta planicie al norte, donde he visto en las mañanas de sol, el humo de millares de aldeas, donde ningún misionero ha llegado todavía”. Al escuchar esta triste realidad y sabiendo que China estaba en guerra entendió que África era el lugar donde lo quería Dios. Y fue allí donde realizó la obra de su vida que lo inmortalizó y que ha inspirado a miles para unirse a las filas misioneras. Su nombre, David Livingston.

 Al estudiar la vida de este insigne misionero y descubridor debemos atribuirle un por ciento de su longevidad en el servicio a su preparación para el ministerio. Jamás hubiera soportado las numerosas enfermedades que experimentó a no ser por sus conocimientos de medicina.[1]De igual forma, jamás hubiera llamado la atención a las misiones de la manera que lo hizo a menos que hubiera tenido la formación académica que tuvo[2].

Si como creyentes deseamos prestarle a Dios un servicio más eficaz debiéramos procurar una mejor preparación educacional. El estudio autodidáctico sería un buen comienzo. Dios se place en bendecir la obra de los que sin poner pretexto alguno trabajan cada día en su crecimiento personal. Dios nos recuerda a todos los que laboramos en su viña que: “En lo que requiere diligencia, no perezosos; fervientes en espíritu, sirviendo al Señor.


© OCF, 2009

Editado por EDICI: http://alballanesedici.blogspot.com


[1]En solo un periodo de siete meses experimentó treinta y una fiebres mientras buscaba el río Zambeze.

[2] Luego de diecisiete años de estar en África, Livingston regresó por un breve tiempo a Inglaterra y escribió su celebre libro: “Viajes Misioneros” lo que le concedió gran popularidad a su trabajo.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

UN GRAN APRENDIZAJE, DE REPENTE DEJAMOS LO IMPORTANTE POR COSAS QUE NO VALEN LA PENA, EL ESTUDIO ES DE SUMA IMPORTANCIA PARA EL CRECIMIENTO NO SOLO PERSONAL SI NO TAMBIEN DEL REINO DE DIOS.

gallwaimacarthur dijo...

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